Todo empezó con una frase de Carlos Alfaro Moreno, expresidente de Barcelona SC, el 5 de marzo anterior, en un programa deportivo: “Si Barcelona o Emelec tuvieran altura, hubiesen ganado una Copa Libertadores”, afirmó el otrora alero zurdo, graduado en una universidad de Ecuador como comunicador profesional. En otro orden, en nuestro país, dedicarse a la rama deportiva del periodismo suele estar al alcance de cualquiera que tenga un amigo dueño de una estación radial que lo convierta de la nada en panelista, o un canal de YouTube, o disponga de unos chelines para comprar un espacio en el éter.

Alfaro Moreno, de tormentoso paso como dirigente por el Ídolo del Astillero desde 2015 cuando hizo mancuerna como vicepresidente José Francisco Cevallos -de quien todos saben lo que hizo en el club de modo impune-, quiso con esa expresión desacreditar lo conseguido por Liga Deportiva Universitaria de Quito e Independiente del Valle en las copas de la Conmebol (Libertadores, Sudamericana y Recopa), atribuyendo el éxito de ambos clubes a la altura geográfica de Quito, sede de sus partidos.

La postura es discutible, especialmente en esta época en que muy acreditados estudios científicos han relativizado los efectos de la altitud. Se ha hablado de periodos de adaptación, algo difícilmente aplicable en el fútbol por los apretados calendarios de los torneos coperos, o de llegar a las ciudades de altura pocas horas antes del partido, recurso que es el más utilizado.

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Pese a la difusión de las investigaciones y las fórmulas recomendadas por la ciencia, esto de la altura no ha dejado de ser una excusa usualmente utilizada por equipos y técnicos, especialmente de Brasil y Argentina (“la pelota no dobla”, dijo Daniel Pasarella). No hay futbolista que tiemble más al tener que jugar en Quito, Bogotá o La Paz que un brasileño. Los argentinos no están muy atrás. Son los únicos que en Sudamérica se quejan de la altura y le atribuyen letales efectos cuando pierden.

En el deporte, el tema de la altura empezó a discutirse en los años 60 cuando se aproximaban los Juegos Olímpicos de 1968 en Ciudad de México, situada a 2.240 metros sobre el nivel del mar. Desde que la candidatura de la capital mexicana fue propuesta se elevaron voces contrarias alegando que la altura iba a ser inconveniente para la salud de los deportistas participantes. Las autoridades olímpicas de México ordenaron estudios profundos sobre el tema y la conclusión fue que la deuda de oxígeno solo iba a producirse en las pruebas de aliento.

La altura de México iba a ser beneficiosa en las pruebas de velocidad y en los saltos. Esto se demostró cuando el atleta estadounidense Bob Beamon produjo lo que se llamó “el salto del siglo” al romper la marca mundial de salto largo con 8,90 metros, superando con 55 centímetros el récord anterior. Dick Fosbury, de Estados Unidos, inauguró el “Fosbury Flop”, una técnica nueva en el salto alto y ganó la medalla de oro con récord olímpico: 2,24 metros. Y otro estadounidense, Jim Hynes, ganó los 100 metros planos con nueva marca del mundo: 9 segundos y 95 centésimas. Además, Hynes integró el relevo de 4 x100 metros planos de su país con medalla de oro y nuevo registro planetario: 38,24 segundos. De la altura nadie habló en esos Juegos.

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De mis viejas lecturas recuerdo una que se relaciona con una entrevista a un gran crack argentino de los años 30: Francisco Varallo. La edición del 4 de febrero de 1986 de la revista El Gráfico traía una nota sensacional con Varallo, en ese entonces el único sobreviviente de la final de la Copa Mundo de 1930. A punto de cumplir 86 años, Panchito conservaba la memoria de un elefante y la lucidez intacta. Fue una gloria del fútbol. Crack en Gimnasia y Esgrima de La Plata, goleador e ídolo total en Boca Juniors. Todo entre 1928 y 1939.

Pancho, decía la revista, era “un personaje delicioso, buenazo y simplón, que a los casi 86 años atiende su agencia de lotería y va todos los domingos a ver a Gimnasia cuando juega de local”. Estaba de moda el tema de la negativa de varias selecciones a jugar frente a Bolivia en La Paz y cobraba vigencia, precisamente, una frase célebre de Varallo. Consultado acerca de cómo se preparaban en su tiempo para afrontar los problemas de la altura en La Paz, Panchito, muy suelto de cuerpo, contestó: “La verdad, en mi época no había altura”. Quería decir que en esos tiempos jugaban con Bolivia y les hacían seis o siete goles, con altura o sin ella.

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En Ecuador, en los años 50 y 60, Río Guayas, Barcelona SC y Emelec, Everest y Patria iban a jugar a Quito ante los mejores equipos capitalinos y casi siempre regresaban triunfantes. Tengo presente en mi memoria una rueda magistral de charla futbolera durante una sesión-comida de la Asociación Barcelona Astillero. Compartíamos una mesa con Fausto Montalván, capitán del equipo que conquistó la idolatría; Simón Cañarte, el implacable goleador; Luciano Macías, el gran capitán de memorables jornadas; y Vicente Lecaro, el mejor zaguero central de nuestra historia. El tema de la conversación era el de los partidos de antaño en la capital.

Contaba Fausto que viajaban por tierra más de diez horas, en asientos incómodos no reclinables. A las 06:00 se servían un frugal desayuno en Latacunga y llegaban a las 10:00, directo al estadio. Un breve calentamiento y a las 11:00 era el partido. “¿Altura? Te juro que nadie nos habló nunca de eso”. Simón y Luciano confirmaban las palabras de Fausto. “Casi siempre viajábamos por tierra, pues muchos le temíamos al avión. En el primer campeonato nacional (1957) fuimos por vía aérea solo al partido final en Quito y muchos se marearon. Eran aviones pequeños y al entrar o salir de la cordillera muchos sentíamos pánico. Veíamos las montañas muy cerca y el avión bailaba”, contaba Simón.

“Yo fui titular desde 1954 hasta 1971. Ni el entrenador ni los médicos nos hablaron de altura. Tampoco nos recetaron nada”, decía Luciano. Y el Ministro Lecaro narraba que la primera vez que fueron a La Paz alguien les dijo que en esa cancha la gente se ahogaba y vomitaba. “Yo no sentí nada; solo un poco de fatiga al final del partido”, aseguró Vicente.

Liga de Quito e Independiente del Valle han aprovechado siempre las facilidades que, naturales o supuestas, les brindaron sus rivales con el tema altura. Aparte, Liga tuvo en 2008 un muy buen equipo, con jugadores de un relieve superior. En ese sentido puede ser comparado con el Barcelona SC de la final de la Copa Libertadores de 1990 que tenía a Carlos Luis Morales, Jimmy Izquierdo, Marcelo Saralegui, Luis Alberto Beto Acosta, Manuel Uquillas, Carlos Muñoz, Marcelo Trobbiani -campeón del mundo con Argentina, en México 1986-, David Bravo, Freddy Bravo, Wilson Macías. Calidad de futbolistas que no ganaron ess edición de la Libertadores solo por la perversa confabulación del árbitro, los dirigentes de Olimpia y la Conmebol.

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En su administración Alfaro Moreno nunca pudo incorporar a Barcelona jugadores de la talla de los que hemos mencionado; solo fichó mediocridades con el cuento del “campeonato financiero”. Con los equipos formados durante su mandato no hubiera ganado ninguna Copa, aunque hubiera jugado en un estadio construido en la cima del Everest. (O)